¡Conta una historia, Olga! … me animan. Un amigo muy querido me estimula, me empuja a relatar. No me hago rogar. Lo mío es sencillo, tranqui, con las emociones de lo vivido con intensidad. Cada rincón de aquel lugar donde pasé mi infancia y mi adolescencia con mis padres y hermanos me despiertan el recuerdo de lo vivido, que fue bello, intenso. Ahí va:
“Tiene que ser un pozo hondo, vení, ponelo acá”; “Ahora hay que taparlo bien y apretar bien la tierra para
que a la raíz no le entre aire” – dijo mi padre. Ese día yo tenía diez años. Mi padre esperó poder plantar ese bello arbolito cuando yo estaba con él. Fue un día sábado.
Y creció. Creció junto conmigo. Creció rápido. Me asombraban sus hojas de inesperado verde. Cuando volvía a mi casa en mis vacaciones de adolescente, era bello y dulce poner la reposera en las noches de cielo claro a su lado, y gozar del cielo tachonado de estrellas, ver correr las estrellas fugaces. ¡Qué cielo más poblado de luz y vida! Buscar con mis hermanos “figuras que armaban las estrellas”. Jugábamos a ¡Quién encuentra más!
El cielo de Cacheuta en el verano. Espectacular. Incomparable. En un valle angosto con altas montañas aun lado y otro. El ruido del Río Mendoza que correo encajonado por allí. Y el cielo, pareciera que compite por mostrar la más bella imagen llena de estrellas, de nebulosas, de brillo en las noches de verano. El croar de los sapos, el famoso cri cric de los grillos, todo se mezclaba en ese silencio con el olor el nogal, fuerte, fuerte, cuando recibía el rocío que lo bañaba de noche …
Me fui. Unos años de estudiar. De escuela. Cada vez que venía a visitar a mi familia yo preguntaba “¿y el nogal mamá?” – “Ahí, creciendo, creciendo, cada día está más hermoso, más fuerte. ¡Y qué nueces más grandes y ricas! Haré pan dulce con las nueces de tu nogal, les proponía.”
Me volvía ir,un tiempo más largo. Ya mujer volví cuando mi primer hijo tenía seis meses. A su sombra ponía el coche. El miraba con ojitos bien abiertos ese árbol estirando sus manitas para querer alcanzar las hojas que el viento movía.
“Vení, el corralito cabe acá” – decía mi madre. “Poné el nene debajo de la sombra del nogal” … Y caminó sus primeros pasos bajo su sombra. El nogal crecía y crecía y cada vez sus hojas eran más lustrosas y grandes y una sombra fresca. ¡Se puso tan hermoso!
Mi madre cuenta que todas las tardes de verano y primavera era el lugar obligado para el mate, para coser, para descansar bajo su sombra, el amado nogal, después del trabajo de cada día. El pino de la abuela Rosa no estaba más. Y al nogal le pusimos guirnaldas para Navidad, como si fuera un pino.
¡Amado nogal, símbolo de tiempos vividos. Escuchaste confidencias de mi juventud, en silencio, sabio … prudente. Diste sombra a mis padres en las tardecitas de mate.
El perro buscaba tu sombra en las siestas de ardiente sol, cuando las chicharras llenaban nuestros oídos con su canto.
Pasaron los años. Papá se jubiló, debimos irnos por la vida de mis hermanos, por el trabajo de mi marido, por la salud de mis padres. Cuando volvimos, unos años después, ya no estaba más. En ese lugar mi padre puso un tilo. Volvió la vida a ese lugar durante un tiempo.
- Pero después ya no. Por estos años ya no queda ni el aguaribay que plantó mi abuelo, ni el tilo ni los frutales.
- Ya no hay nada de esos dulces recuerdos porque los ladrones de guantes blancos, agrandados por el poder del dinero “mal habido” han pasado la topadora a ese lugar, y ya no queda nada.
No te olvidaré noble árbol, que llenaste un tiempo de mi vida de alegrías, emociones y confidencias!!!
OLGA AZUCENA OLMOS
La Vena N° 36 –Año 2007