Nuestros huarpes: los primeros mendocinos

( Foto 2018- comunidad Huarpe, realizando ceremonia)

A pesar de que nuestros Huarpes fueron víctimas de un genocidio y etnocidio, sobrevivieron; están presentes en nuestra sangre mestizada, y en las actuales once comunidades distribuidas en Asunción, San José, Lagunas del Rosario, Cavadito, Puerto, Los Sauces de San Miguel, Lagunitas, El Retamo, El Retiro, El Forzudo y La Josefa.

La prehistoria de Mendoza, se extiende desde el 9000 A.C hasta los primeros documentos escritos por los colonizadores europeos en el siglo XIV. La Profesora mendocina, María Verónica Godoy, nos aporta datos para conocer a nuestros primeros habitantes: los Huarpes, palabra que proviene de su divinidad principal: HUNUC  HUAR (“PE”, partícula presente en palabras relacionadas con situaciones de parentesco por consanguinidad “pariente de Huar”), descendientes directos o bien, participantes de la divinidad principal. Se consideraban como un pueblo elegido por los dioses. Tenían un ceremonial religioso manejado por el anciano del grupo, quien convocaba a los celebrantes al son de un tambor. “Hunuc Huar”, vivía en la Cordillera, por ello, reverenciaban al macizo andino. Además toda manifestación de la naturaleza como el sol, la luna, las estrellas, el relámpago, el rayo, los cerros, los ríos, representaban espíritus a los que se les rendían culto y se les entregaban ofrendas para evitar su cólera y recibir protección. Los Huarpes eran vecinos al sur de los Puelches y los Pehuenches.-

El varón y mujer Huarpes era altos, delgados, de formas proporcionadas y cutis oscuro. El promedio de altura de varones es 1.70 y de la mujeres 1.60, usaban cabellos largos, adornos de plumas y pintura en la cara la mujer, eran estupendos rastreadores y buenos cazadores. El tipo físico huarpido era cabeza y cara alargadas, bóveda craneana alta, pilosidad normal, hablaban despacio y serenamente. Los hombres eran bien agestados, ingeniosos y habilidosos. Las mujeres muy agraciadas. Las tribus eran de más o menos 30 personas, distribuidas en 6 o 7 viviendas, cada tribu tenía un cacique como jefe a quien se le debía obediencia y sumisión. Jefe, familia, grupo humano y tierra, se identifican como un solo cuerpo y generan el concepto de “bien común”.

Consumían carne, frutos y vegetales silvestres, a través de 5 actividades: Agricultura (poroto, mate, ají, zapallo, maíz, quínoa, etc), la recolección (vainas de algarrobo, drupas de chañar, huevos de ñandú, frutos de pencas y quiscos, etc.), Caza (guanaco, patos, avestruces, liebres, venados, quirquinchos, vizcachas, perdices y aves), la técnica para cazar era muy curiosa, perseguían al animal a ritmo de trote por algunos días, hasta que de puro agotamiento, el guanaco se rendía a su perseguidor. Para cazar patos echaban al agua grandes calabazas secas y ahuecadas, luego el cazador se colocaba en la cabeza una calabaza, con ciertos agujeros para ver y respirar y se sumergía discretamente el cuerpo pero no la cabeza, caminando por el fondo de la laguna, con toda confianza las aves se posaban en las calabazas flotantes, o nadaban en su alrededor, sin maliciar de aquella que portaba el hombre, éste se acercaba a las aves y lentamente las asía de las patas y las sumergía hasta que se ahogaran.

También practicaban la Ganadería (la llama, para transporte y productos derivados) y pesca (en el complejo lagunero de Guanacache pescaban truchas y bagres). Hacían “patay” con la harina extraída de las vainas del algarrobo. A través de la fermentación de algarroba hacían “chicha fuerte” (la aloja). Usaban como remedio la piedra bezoar, que extraían de los intestinos de los guanacos y vicuñas. Conocían varias yerbas medicinales.

Usaban un taparrabo de plumas de aves, cubrían el cuerpo con un amplio manto “xali” de cuero de guanaco. Las mujeres poseían además del cubre sexo, una pollera de tejido de lana atado a la cintura y una capa que cubría los hombros y la espalda. Para fijar las prendas al cuerpo confeccionaban prendedores que podían ser de hueso o de espinas. El traslado se realizaba a pie, eran grandes caminadores, es seguro que usaron la llama como medio de transporte; para el movimiento dentro de las lagunas de Guanacache, utilizaban balsas, confeccionadas con haces de junco o de totora, atados con cuerdas hechas con pelo de guanaco o de fibras vegetales.

Sus expresiones artísticas han llegado a conservarse hasta la actualidad, son dibujos efectuados sobre grandes piedras o en paredes rocosas, con motivos abstractos o naturalistas. El idioma tenía dos formas o dialectos, el Millcayac en los valles mendocinos, hasta el río Diamante, y el Allentiac en San Juan hasta Jáchal.

Con la llegada del Mariscal Francisco de Villagra en 1552 y del Capitán Pedro del Castillo en 1561, llegó la esclavitud a la provincia de Mendoza, que por casi 200 años arrasó con una nación pacífica y laboriosa mediante la encomienda, que fue abolida el 04 de Diciembre de 1720. El tratamiento que los encomenderos daban a nuestros Huarpes fue muy duro, además de las exigencias de su trabajo personal en los cultivos y construcciones de la nueva ciudad, los  utilizaban como bestias de carga en todas sus excursiones y expediciones. Además, eran llevados hacia Chile para trabajar en la explotación de minas y lavaderos de oro. La forma en que eran llevados era inhumana: a pie, acollarados de las manos en una forma inaudita, martirizados por el hambre y la sed, tratados peor que a bestias, haciéndolos marchar a latigazos. Las mujeres y sus hijos abandonados, en nada preocupaban a los encomenderos, se limitaban a ignorar su existencia.

Revista La Vena N° 31- Junio 2006

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