Quiero escribir un poema bonito para el día de la mujer. Sí, bonito es la palabra, aunque parezca cursi. A veces intento ser cursi y algunas me sale.
Había encontrado un texto inspirador sobre el sentir femenino y lo había guardado en una carpeta. Eran palabras de aliento. Al momento de sentarme en la computadora no encuentro ese texto ni la carpeta. Intento recordar en cuál de las redes sociales estaba el escrito y quién lo había publicado. Nada.
Para escribir necesito dos cosas: información o inspiración. La única info que tengo es que mañana conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, que habrá una marcha a la tarde en Mendoza con el nombre Vía Violeta, en contrapartida a la Vía Blanca de la Fiesta Nacional de la Vendimia que coincide en día este año. Planeo ir a la Vía Violeta con una amiga y nuestras hijas. Sí, esa misma amiga con quien nos acompañamos a varios pañuelazos. Allá, en la ciudad, donde hay más color verde y menos estampitas que en mi pueblo, me encontraré mañana con otras amigas, otres amigues.
Además de la marcha, estamos convocadas al paro en nuestras actividades cotidianas. “Paramos por el cese de la violencia machista, la lesbofobia, el transodio y toda forma de explotación basada en el género. Paramos porque ganamos menos que los varones por el mismo trabajo y porque las tareas domésticas y de cuidados no remunerados recaen sobre nosotras e impactan en nuestras posibilidades de estudiar, trabajar, de tener tiempo de disfrute. Paramos porque somos la mayoría de lxs pobres del mundo, y la mayoría entre lxs trabajadorxs precarizadxs y peor pagxs. Paramos porque somos desvaloradas en entornos laborales, objetualizadas y hostigadas sexualmente en espacios públicos y privados”, sintetiza el portal Economía Feminita.
Yo adhiero en lo que puedo. Para eso publico esta nota hoy, les avisé a mis compañeros de La Vena que mañana les toca la posta a ellos. Como emprendedora, adelanté el embolsado de frutos secos que llevo el sábado a una feria de orgánicos. No limpiaré ni lavaré ropa, aunque la tarea se acumule para otro día. Pienso contarles a mis hijas y, aunque soy pequeñas, puede que entiendan que mamá para.
No es una palabra nueva
Vamos al poema. Quiero escribir sobre la sororidad. Ese neologismo que aprendí hace poco me parece ideal para conmemorar el Día Internacional de la Mujer (¿o de las mujeres?). Descubrí la palabra el año pasado, en uno de los encuentros de Escritoras de Mendoza por la IVE. Sin embargo, sé qué significa desde mucho antes.
Cuando era niña veía a mi madre y a mis tías sentadas en ronda en el patio o amuchadas de pie al lado de la cocina y las escuchaba contarse en confianza experiencias y sentimientos, entre risas abiertas o llantos a moco suelto. Yo entendía muy poco de lo que hablaban (eso supe años después, cuando me animé a abrir la puerta pesada de tantos secretos familiares), pero aprendía a interpretar los momentos de mayor tensión: justo cuando bajaban la voz estaban diciendo lo más importante, y cuando se producía un silencio largo era que ya lo habían dicho. A mi corta edad no comprendía los dramas ni las alegrías que transitaban ellas, pero tomaba mis primeras lecciones de sororidad. Aún cuando en alguna parte de la conversación parecía que no estaban de acuerdo, terminaban limpiándose las lágrimas unas a las otras, se aconsejaban, se alentaban, se abrazaban.
Con mis hermanas reprodujimos esa confianza y complicidad. Lo mismo con las amigas y amigues que fue acercando el colegio, la universidad y la vida. Asimilar nuestras diferencias, acompañarnos, sin calificarnos. Mirarnos a los ojos, abrir nuestro corazón, sentirnos contenidas en la fraternidad femenina.
También supe de competencias, claro. Cada vez que me creí dueña de un hombre y otra “me lo sacó” o, al menos, lo intentó. Cada vez que desconfié del valor de mi trabajo y temí que otre pudiera hacerlo mejor. Cada vez que me coloqué del lado de la crítica y, creyéndome más nosequé, juzgué la vida personal, las ideas, las decisiones o la tarea de otre.
En ámbitos más amplios –como los encuentros de mujeres, las manifestaciones de #NiUnaMenos, de les sobrevivientes del abuso eclesiástico, los escraches públicos a abusadores y acosadores, cada una de las marchas por el 8 de marzo y tantos otros espacios construidos o en construcción– la sororidad está tomado dimensiones que no hubieran imaginado ni mi madre ni mis tías.
La Real Academia Española todavía no ha reconocido el término sororidad (¿por qué no me extraña?) y, por lo tanto no la define. Si lo hace wikipedia, que la sintetiza como solidaridad entre mujeres, en un contexto de discriminación sexual. Si bien la mayor impulsora de su uso ha sido la investigadora Marcela Lagarde, el invento del término se le atribuye al escritor Miguel de Unamuno, quien le da el origen etimológico a la palabra. Cito: “¿Fraternal? No: habría que inventar otra palabra que no hay en castellano. Fraternal y fraternidad vienen de frater, hermano, y Antígona era soror, hermana. Y convendría acaso hablar de sororidad y de sororal, de hermandad femenina”.
Por mi experiencia personal, comprendo a quien no sabía que existe esta la palabra, pero me extraña mucho que alguien desconozca el significado de sororidad. Sé que el concepto abarca mucho más que la solidaridad que menciona wikipedia. Mañana a la tarde, en San Martín y José Vicente Zapata de la ciudad de Mendoza, a las 18, habrá miles de personas manifestándolo, haciendo vida el concepto en forma masiva. Lo mismo ocurrirá en ciudades de más de 170 países del mundo.
Sí, mañana es un día para abrazar a las mujeres que conozco y también a las que no. No les voy a mandar mensajes con flores, no les voy a decir feliz día, ni siquiera voy a escribir un poema bonito como había pensado. Sólo voy a desearles altas dosis de sororidad y conciencia de género.